Con un poco de inteligencia, sólo un poco (incluso, a veces vale hasta con encefalograma plano), un mucho de cara (dura) y un nulo sentido del ridículo, se puede aspirar a todo en este bendito país.
Hoy en día es fácil ver en cualquier cadena televisiva, programas infumables que elevan a los altares de la fama a auténticos ídolos de barro que a la velocidad de un cohete supersónico son encaramados en el olimpo de la gloria mediática, y que tristemente para ellos, con la misma velocidad se caerán del falso pedestal derrumbándose cual castillo de naipes. Y no sin razón, ya que estos famosos de castañuela y pandereta, no tienen mérito alguno para gozar del fervor popular, por que la mayoría de ellos no han hecho absolutamente nada para merecer el más mínimo reconocimiento, salvo caer en gracia, por que ni graciosos son la mayoría de ellos.
Fran Álvarez.